Entre 1984 y 2017 los habitantes de Santiago de Cali, capital del Valle del Cauca, no solo transformaron sus hábitos alimenticios, es decir que dejaron de consumir maíz y cebada y añadieron más harinas, grasas y productos importados a su menú, sino que además redujeron las porciones e incrementaron la alimentación por fuera del hogar.
La investigación doctoral “Agroecología, consumo y
diversidad alimentaria: del agroecosistema al plato. Caso de Santiago de Cali
(1984-2017)”, expone que las actuales prácticas alimentarias desmejoran la
salud de los ciudadanos, pues no solo causan deficiencia en micronutrientes,
sino que también contribuyen a incrementar la diabetes, obesidad, hipertensión,
los ataques al corazón y accidentes cerebrovasculares.
En su estudio, el agro-ecólogo David Quintero Ángel, doctor
en Agroecología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Palmira,
también evidenció que los hogares con ingresos más bajos comen menos frutas y
más lentejas, fríjoles y garbanzos, entre otras legumbres, contrario a lo que
ocurre en los de ingresos más altos.
Para analizar el consumo de alimentos en distintos niveles
socioeconómicos, el investigador utilizó los datos de las Encuestas Nacionales
de Ingresos y Gastos Nacionales del Departamento Administrativo Nacional de
Estadística (DANE), con una muestra de 9.322 hogares en Cali, durante cuatro
cohortes: 1984-1985, 1994-1995, 2006-2007 y 2016-2017.
“Estas encuestas registran el presupuesto familiar de los
colombianos, y por lo tanto indagan por los ingresos y gastos de los hogares en
un periodo de tiempo determinado, además de incluir información demográfica”,
explica.
A partir del análisis de estadísticas descriptivas y
multivariadas que tuvieron en cuenta tanto los ingresos y egresos de los hogares
como los productos y alimentos consumidos, encontró una disminución progresiva
en la cantidad de alimentos consumidos por los hogares de Cali, que pasaron de
197.290.453 kg/mes en la cohorte 1984-1985, a 54.362.364 kg/mes en el periodo
2016-2017.
Sin embargo, el estudio sugiere que esta tendencia podría
estar marcada por el aumento del consumo de alimentos por fuera del hogar,
tendencia que se relaciona con cambios demográficos como la disminución del
tamaño de los hogares (Cali paso de 4,8 personas por hogar en 1984-1985 a 3,1
personas en 2016-2017) o la mayor participación de la mujer en la jefatura de
los hogares e inserción laboral, lo que probablemente modifica los patrones de
consumo.
Destacó que las legumbres son el grupo de alimentos de mayor
participación porcentual en todas las cohortes (de 28,6 a 30,2 %), seguido
por la categoría pan y cereales (14,3 a 18,7%), las carnes (8,8 a 11,6 %),
las frutas (9,0 a 12,0 %), la categoría leche, queso y huevos (7,3 a
15,2 %), y los aceites y grasas (4,5 a 1,9%).
Estratos altos comen más frutas y menos legumbres
A partir de los grupos de alimentos tradicionales consumidos
por los hogares –como frutas, lácteos, verduras, carnes y huevos– se calculó la
puntuación de diversidad alimentaria, la cual mide la cantidad de productos o
alimentos diferentes que se ingieren en un hogar en un determinado periodo.
Así, se encontró que esta disminuyó después del análisis de las cohortes
seleccionadas.
Según el investigador, “los hogares con un nivel educativo
más bajo tienen más diversidad de alimentos en el plato de comida, mientras que
aquellos con ingresos más altos tienen menos diversidad, pero consumen más
frutas y menos legumbres”.
“Aunque en el contexto nacional se han estudiado los cambios
en el sector agropecuario generados por la apertura económica, en general la
perspectiva de estos estudios se limita a la producción de alimentos y materias
primas, que corresponden solo a una parte del sistema alimentario, dejando de
lado la transformación, distribución y el consumo, que es precisamente el
enfoque de esta investigación”.
También considera que la demanda de alimentos juega un papel
muy importante en el sistema alimentario: “cuando los ciudadanos, conscientes
de su alimentación, empiecen a demandar alimentos sanos, agroecológicos y sin
tóxicos, con seguridad quienes abastecen se preocuparán y empezarán a cambiar
la oferta de alimentos”.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO), a pesar de la oferta mundial de alimentos,
en el planeta cerca de 820 millones de personas tienen dietas de baja calidad.
Por su parte, en América Latina los grupos sociales más
desfavorecidos tienen una dieta alta en calorías y pobre en nutrientes, con una
menor ingesta de frutas y verduras, situación que se da por los precios de los
alimentos saludables, que son asequibles solo para una fracción de la
población.