Es bastante probable, e incluso esperable, que Canadá, Australia y Nueva Zelanda culminen la ruptura política con Londres para pasar mantener una relación diplomática sin la sombra de la Corona. Seguramente vendrán referendos y fuertes debates políticos que terminen en una muy factible delimitación geográfica del alcance político de la monarquía del Reino Unido.
Para el profesor Carlos Alberto Patiño Villa, adscrito al
Instituto de Estudios Urbanos (IEU) y vinculado al Instituto de Estudios
Políticos y Relaciones Internacionales (Iepri) de la Universidad Nacional de
Colombia (UNAL), la muerte de Isabel II y el inicio del reinado de Carlos III
pone sobre la mesa dos hechos importantes.
“Por una parte, abre la posibilidad de que alrededor de los
siete países sobre los cuales reina la Corona se declaren repúblicas
independientes, aunque ya son Estados soberanos prácticamente en todos los
aspectos”.
De otra parte, “se reabre el debate sobre si las naciones
que conforman el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte se mantendrán
aún bajo el mismo Estado, o si las discusiones sobre la separación e
independencia se reiniciarán de forma más directa, específicamente de
irlandeses y escoceses. Se producirán interesantes cambios en la geopolítica
mundial”.
Según el académico, la muerte de Isabel II, quien reinó
desde el 21 de abril de 1926 hasta hoy, en uno de los periodos de permanencia
en trono alguno más largos de la historia de las monarquías desde la Antigüedad
hasta la actualidad, ha abierto un debate importante para las sociedades
contemporáneas: ¿son importantes las monarquías, o, como dicen peregrinamente
muchos, solo son el equivalente humano y político de objetos decorativos?
“Afirmar que en efecto las monarquías son decoraciones
políticas es un exabrupto, sobre todo si se tiene en cuenta que en general las
que existen hoy se pueden mantener en firme sobre la base de los presupuestos
públicos”.
Destaca que “más allá de un asunto de hacienda pública, es
necesario recordar que en los países en los que existe monarquías, estas suelen
garantizar el mantenimiento de estructuras territoriales y políticas que muy
difícilmente se podrían mantener unificados en estructuras republicanas o en
otros modelos de ordenamiento político”.
Ello, independientemente de si esta es constitucional y
parlamentaria, con sistemas democráticos o absoluta, o de acuerdo
constitucional restringido.
El docente anota que este es el caso del Reino Unido, que
después de la Segunda Guerra Mundial ha tenido que enfrentar la desaparición
del Imperio real sobre el que gobernaba en el mundo, quedándose con una
institución supraestatal, e incluso supranacional, surgida de las dinámicas de
descolonización.
“Tal situación ha servido para mantener tanto la influencia
británica en el mundo como a flote una esfera geopolítica sobre la que Londres
ejerce un claro dominio, y un entorno de negocios destacable”.
Además, Isabel II fue clave para que el Reino Unido
mantuviera su unidad en las islas británicas, ejerciendo de forma estricta su
papel de árbitro constitucional, monarca neutral en política que garantiza el
mantenimiento del Estado. De igual manera fue la cabeza de la Iglesia
anglicana, una responsabilidad fundamental de esta Corona desde Enrique VIII.
En este contexto, señala el experto, “el Reino Unido ha
mantenido una monarquía en un sistema democrático, en una dimensión muy similar
a las otras monarquías existentes hoy en Europa Occidental y totalmente
diferentes a las monarquías absolutas de países como Arabia Saudita, Omán,
Brunéi, Catar o Suazilandia”.
Sin embargo, conviene aclarar que no todas las monarquías de
la esfera árabe musulmana son absolutas, pues algunas de ellas son
constitucionales –como Jordania– o semiconstitucionales –como Marruecos–, o con
figuras constitucionales de monarquías electivas como en la confederación de
ciudades-Estado que conforman los Emiratos Árabes Unidos.
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