En la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) se escuchan voces provenientes de todos los rincones del planeta. En los pasillos, bajo los árboles del campus, en las cafeterías y los auditorios se cruzan lenguas, miradas y costumbres: las de los más de 751 estudiantes y 94 profesores extranjeros que hoy forman parte de la Institución. En cada palabra pronunciada en otro idioma se vislumbra una historia de viaje, de curiosidad y de encuentro que demuestra que la UNAL también enseña a vivir en un mundo compartido.
Los días en la UNAL transcurren entre lenguas que se cruzan
y se confunden. En cada una de sus 9 Sedes los saludos pronunciados con
distintos acentos se funden y el mapa del mundo se dibuja en cada conversación.
Así, estudiantes de países como Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia,
Ecuador, Venezuela y Brasil se unen y dejan huella en los senderos del campus
reconociendo que la UNAL no es solo un espacio de estudio, sino una forma de
hogar.
Así mismo, entre los profesores extranjeros que hoy enseñan
en las Sedes hay trayectorias que cruzan océanos y disciplinas. Algunos vienen
de laboratorios europeos, otros de conservatorios asiáticos o centros de
investigación de países del norte; todos trajeron consigo un acento y una forma
distinta de entender el conocimiento.
En sus clases, la puntualidad se mezcla con la
improvisación, la teoría con la experiencia, y la distancia con el afecto. Y
así revelan que más allá de la lengua, ellos transmiten la certeza de que la
educación también es una forma de intercambio cultural, un espacio en donde
cada pregunta se vuelve un puente.
Historias que viajan entre pizarras, partituras y acentos
En el Departamento de Matemáticas de la Facultad de
Ciencias, el profesor Alexander Sinitsyn enseña con la paciencia de quien sabe
que cada fórmula también encierra una historia. El académico llegó de Rusia
hace más de 20 años, con un español vacilante y una vocación inquebrantable.
“En Colombia encontré una energía distinta, una curiosidad viva. A veces falta
rigor, sí, pero sobra ingenio”, señala el docente.
Para él, enseñar Matemáticas en la UNAL ha sido una lección
doble, ya que su vida transcurre entre demostraciones y conversaciones que
rompen esquemas. En un país donde el reloj académico a veces se retrasa, el
docente Sinitsyn aprendió a medir el tiempo con paciencia. Su acento ruso ya
forma parte del campus, y sus clases, en las que mezcla rigor y humor, son una
ecuación de empatía que transforma cada jornada en una búsqueda compartida del
conocimiento.
El académico recuerda que “al principio fue difícil entender cómo funcionaban las cosas aquí, pero los estudiantes siempre me ayudaron: son curiosos, hacen preguntas y tienen una gran apertura. Eso me gusta, porque así también aprendo cada día”. Con el tiempo se acostumbró tanto al ritmo del país, que hoy ya no se siente extranjero, sino parte de una comunidad que lo adoptó sin condiciones. “Colombia se volvió mi casa”,afirma.
En otro escenario del campus, entre partituras y batutas el
japonés Tetsuo Kagehira, docente de la Facultad de Artes, ensaya con la
Orquesta Sinfónica del Conservatorio de Música de la UNAL. Las cuerdas se
afinan, las flautas buscan el tono, y su voz pausada llena el salón. Desde
Tokio el maestro de trombón llegó con la convicción de que la música es un
lenguaje universal y sus estudiantes lo admiran por su disciplina.
En cada ensayo enseña cómo aprende la paciencia, el respeto
por el otro, el arte de escuchar. “Entre las grandes diferencias de una cultura
asiática, donde la disciplina y la jerarquía son esenciales, en Colombia todo
tiene ritmo, incluso el caos. La Orquesta y sus más de 80 integrantes son un
espejo del país: diverso, intenso, imprevisible”.
“En Japón todo está muy organizado y aquí la gente siente la
música de manera distinta. A veces el ensayo empieza tarde o algo no sale
perfecto, pero hay una energía que lo compensa”, comenta el docente.
Lo que al principio fueron retos —la falta de silencio, la
espontaneidad, el desorden aparente— hoy son para él oportunidades. “En esa
mezcla de energía y emoción descubrí una fuerza cultural incalculable, presente
en cada uno de mis estudiantes”.
“Al final, cuando el último acorde se apaga y el público
aplaude de pie, siento una felicidad que no se puede explicar. En esos momentos
sé que la música no solo se interpreta, sino que se vive, se comparte y se
celebra”, reconoce el maestro.
Estudiantes del mundo en la UNAL
Desde un laboratorio de Ingeniería Mecánica, de la Facultad
de Ingeniería, el estudiante alemán Henri Pilzecker, que llegó a la UNAL para
cursar un semestre de intercambio, encontró mucho más que un aprendizaje
académico: “hallé confianza, diversión y sociabilidad en cada uno de mis
compañeros, con los que hoy vivo y disfruto del campus”.
El español fue su primer reto. Aunque ya había pasado por
algunos entrenamientos previos del idioma en su país, Henri recuerda con humor
cómo encontrarse con este escenario académico y cultural le permitieron crecer,
pues dos meses después de su llegada a territorio colombiano ya se expresa con
gran fluidez, se ríe de sus errores gramaticales, y usa sin problema palabras
tan colombianas como “parchar”.
“En Alemania todo está muy planificado; aquí el conocimiento
se siente más libre”, dice señalando que los escenarios más improvisados,
explicativos y participativos le han aportado significativamente a su proceso,
y que incluso el mismo campus, con su vegetación y su vitalidad, es un lugar
donde las ideas y la vida crecen.
En la Escuela de Estudios de Género, la francesa Anaïs
Boucher encontró otro tipo de lección: la del diálogo y la participación. En su
país tuvo una formación en lengua española, y en la UNAL cursó un semestre;
ahora, desde su país, la estudiante recuerda entusiasmada cómo se imparten las
clases en la UNAL: “cada clase tenía presentaciones, debates, ejemplos
concretos. Me gustó que los temas se conectaran con la realidad del país”,
señala.
Así mismo, indica que asignatura como “Mujeres y conflicto
armado” le permitieron reconocer muchos más elementos de la historia, la
cultura, las pasiones y los retos de la cultura colombiana, y que en Francia
las clases son más verticales: “el profesor habla y los estudiantes escuchan,
mientras en la UNAL se conversa. Aprendí mucho de esa horizontalidad”.
Anaïs también asegura que una de las experiencias más
significativas de su paso por la UNAL fue conocer de cerca la minga indígena.
“Asistir a esos espacios me permitió comprender que la universidad colombiana
también es un escenario comunitario en donde el conocimiento se mezcla con la
voz de los pueblos y las causas sociales”.
“Me impresionó la alegría, la solidaridad. Incluso en medio
de las dificultades la gente siempre sonríe. Extraño las fiestas de los jueves,
el ambiente, la calidez. La UNAL me enseñó que el conocimiento también se
baila”, destaca.
En cada historia se repite una misma idea: la de aprender
desde la diferencia. Sinitsyn traduce la ciencia en empatía; Kagehira
transforma la disciplina en melodía; Pilzecker encuentra en la improvisación
una fórmula, y Boucher convierte la palabra en un puente entre culturas. Sus
experiencias revelan que la internacionalización no se mide solo en cifras,
sino además en vínculos.
Al abrir sus puertas a estudiantes y profesores del mundo,
la UNAL consolida una comunidad que entiende la educación como un acto de
reciprocidad. Cada encuentro, cada intercambio académico, fortalece un tejido
que une lo local con lo global. No se trata solo de movilidad, sino de
transformación mutua.














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