Desde hace siglos, esta raíz originaria del sur de Asia ha sazonado guisos y servido como remedio casero por su capacidad para aliviar la inflamación y proteger las células del deterioro. Hoy, su poder curativo se amplifica: una formulación experimental logró que su principio activo —la curcumina— eliminara células de cáncer de cuello uterino, mama y pulmón en pruebas de laboratorio. Aunque los resultados son preliminares, sí revelan el potencial de esta planta ancestral para inspirar terapias más seguras y efectivas.
A lo largo de los últimos años la curcumina ha despertado la
atención de la comunidad científica por su capacidad de actuar sobre distintos
mecanismos del cáncer. En estudios previos se ha comprobado que puede frenar la
multiplicación de células tumorales, inducir su muerte programada e impedir la
formación de nuevos vasos sanguíneos que alimentan los tumores.
Uno de los mayores desafíos ha sido lograr que esas
propiedades se expresen de manera efectiva dentro del cuerpo, pues cuando la
cúrcuma se consume de forma convencional, gran parte la curcumina se degrada en
el sistema digestivo o se metaboliza en el hígado antes de llegar a los tejidos
donde debería actuar, lo que reduce su absorción y vuelve impredecible su
efecto terapéutico.
“Esto pasa porque el compuesto es muy inestable
químicamente. Por eso muchas personas la combinan con pimienta, que contiene
una sustancia capaz de inhibir las enzimas que la degradan”, explica León Darío
Pérez Pérez, profesor del Departamento de Química de la Universidad Nacional de
Colombia (UNAL), quien con la intención de proponer una alternativa más estable
y con mayor biodisponibilidad, fabricó un “copolímero en bloque”, un sistema de
materiales para encapsular fármacos.
Los copolímeros en bloque, base de este sistema de
encapsulación, se obtienen mediante síntesis química en laboratorio. En
términos simples, son materiales creados al combinar distintos compuestos
—naturales o sintéticos— para ajustar sus propiedades y adaptarlos al tipo de
molécula que deben proteger. Cada fármaco o sustancia activa requiere
estructuras con características específicas que faciliten su encapsulación y
liberación controlada.
“Desarrollamos sistemas que se puedan aplicar a productos
que ayuden a prevenir el cáncer, y sobre todo que funcionen como formulaciones
nutracéuticas, es decir suplementos que acompañen el tratamiento oncológico. El
propósito no es crear un medicamento nuevo, sino un complemento capaz de
potenciar los efectos de las terapias existentes y hacer más aprovechable el
principio activo de la cúrcuma dentro del organismo”, explica el profesor
Pérez.
Nanonaves: construcciones diminutas para transportar la
curcumina de forma segura
El momento crucial del proceso ocurre durante la
nanoprecipitación, una técnica que permite formar estructuras estables a partir
de moléculas diminutas. En el laboratorio, los investigadores mezclaron
curcumina —una sustancia naturalmente poco soluble en agua— con el copolímero y
un solvente. Al entrar en contacto con el agua, las partes que repelen el
líquido se agruparon alrededor de la curcumina formando un núcleo protector,
mientras las solubles se orientaron hacia el exterior, creando una coraza estable
y suspendida. El resultado fueron decenas de cápsulas poliméricas con el
compuesto activo resguardado en su interior.
¿Pero es seguro administrar estas diminutas construcciones
en un organismo vivo? La respuesta llegó a través de experimentos con ratones
de laboratorio. Durante 15 días se les suministraron las formulaciones y se
observó su comportamiento, además del estado de órganos vitales como el
corazón, el hígado y los riñones. Al finalizar el periodo no se encontraron
diferencias significativas entre los animales tratados y el grupo de control,
lo que permite concluir que las estructuras desarrolladas no son tóxicas ni
generan daños en organismos vivos.
Ya con el perfil de seguridad establecido, llegaba el
momento de comprobar la eficacia del sistema. El grupo liderado por el profesor
Pérez, en colaboración con el profesor Mauricio Urquiza y su equipo, llevó las
cápsulas a los cultivos celulares. Allí enfrentaron sus formulaciones contra
algunas de las líneas de cáncer más agresivas, entre ellas las de cuello
uterino, mama y pulmón.
Las pruebas de citotoxicidad —que miden la capacidad de una
sustancia para dañar o destruir células vivas— arrojaron resultados
alentadores. Las cápsulas con curcumina mostraron una acción anticancerígena
selectiva, es decir que eliminaron células tumorales sin afectar
significativamente a las sanas.
Además, al comparar la concentración necesaria para lograr
ese efecto con la reportada para la curcumina libre en estudios previos, se
observó una mejora importante. La encapsulación no solo protege el principio
activo, sino que también potencia su acción y amplía sus posibilidades de uso
terapéutico.
Además de su potencial en tratamientos contra el cáncer,
estas formulaciones microscópicas también mejorarían la forma en que se
disuelven y absorben otros compuestos medicinales. Su estructura permite que
los principios activos lleguen con mayor facilidad a los tejidos donde deben
actuar, algo que hoy representa un desafío en muchas terapias.
Según el profesor Pérez, este tipo de sistemas abre la
puerta para desarrollar polimerosomas, pequeñas esferas con una doble capa
similar a una membrana celular que en su interior pueden contener agua, y en el
exterior una barrera capaz de disolver sustancias que no se mezclan con el
líquido, como la curcumina. Esta combinación permitiría encapsular al mismo
tiempo fármacos con propiedades distintas —por ejemplo, un compuesto natural
como la curcumina junto con un medicamento anticancerígeno tradicional como la
doxorrubicina— para potenciar sus efectos y reducir efectos secundarios.
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