martes, 20 de diciembre de 2022

Menos maíz y más harinas: en 30 años, los caleños transformaron su diversidad alimentaria

 Entre 1984 y 2017 los habitantes de Santiago de Cali, capital del Valle del Cauca, no solo transformaron sus hábitos alimenticios, es decir que dejaron de consumir maíz y cebada y añadieron más harinas, grasas y productos importados a su menú, sino que además redujeron las porciones e incrementaron la alimentación por fuera del hogar.

La investigación doctoral “Agroecología, consumo y diversidad alimentaria: del agroecosistema al plato. Caso de Santiago de Cali (1984-2017)”, expone que las actuales prácticas alimentarias desmejoran la salud de los ciudadanos, pues no solo causan deficiencia en micronutrientes, sino que también contribuyen a incrementar la diabetes, obesidad, hipertensión, los ataques al corazón y accidentes cerebrovasculares.

En su estudio, el agro-ecólogo David Quintero Ángel, doctor en Agroecología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Palmira, también evidenció que los hogares con ingresos más bajos comen menos frutas y más lentejas, fríjoles y garbanzos, entre otras legumbres, contrario a lo que ocurre en los de ingresos más altos.

Para analizar el consumo de alimentos en distintos niveles socioeconómicos, el investigador utilizó los datos de las Encuestas Nacionales de Ingresos y Gastos Nacionales del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), con una muestra de 9.322 hogares en Cali, durante cuatro cohortes: 1984-1985, 1994-1995, 2006-2007 y 2016-2017.

“Estas encuestas registran el presupuesto familiar de los colombianos, y por lo tanto indagan por los ingresos y gastos de los hogares en un periodo de tiempo determinado, además de incluir información demográfica”, explica.

A partir del análisis de estadísticas descriptivas y multivariadas que tuvieron en cuenta tanto los ingresos y egresos de los hogares como los productos y alimentos consumidos, encontró una disminución progresiva en la cantidad de alimentos consumidos por los hogares de Cali, que pasaron de 197.290.453 kg/mes en la cohorte 1984-1985, a 54.362.364 kg/mes en el periodo 2016-2017.

Sin embargo, el estudio sugiere que esta tendencia podría estar marcada por el aumento del consumo de alimentos por fuera del hogar, tendencia que se relaciona con cambios demográficos como la disminución del tamaño de los hogares (Cali paso de 4,8 personas por hogar en 1984-1985 a 3,1 personas en 2016-2017) o la mayor participación de la mujer en la jefatura de los hogares e inserción laboral, lo que probablemente modifica los patrones de consumo.

Destacó que las legumbres son el grupo de alimentos de mayor participación porcentual en todas las cohortes (de 28,6 a 30,2 %), seguido por la categoría pan y cereales (14,3 a 18,7%), las carnes (8,8 a 11,6 %), las frutas (9,0 a 12,0 %), la categoría leche, queso y huevos (7,3 a 15,2 %), y los aceites y grasas (4,5 a 1,9%).

Estratos altos comen más frutas y menos legumbres


A partir de los grupos de alimentos tradicionales consumidos por los hogares –como frutas, lácteos, verduras, carnes y huevos– se calculó la puntuación de diversidad alimentaria, la cual mide la cantidad de productos o alimentos diferentes que se ingieren en un hogar en un determinado periodo. Así, se encontró que esta disminuyó después del análisis de las cohortes seleccionadas.

Según el investigador, “los hogares con un nivel educativo más bajo tienen más diversidad de alimentos en el plato de comida, mientras que aquellos con ingresos más altos tienen menos diversidad, pero consumen más frutas y menos legumbres”.

“Aunque en el contexto nacional se han estudiado los cambios en el sector agropecuario generados por la apertura económica, en general la perspectiva de estos estudios se limita a la producción de alimentos y materias primas, que corresponden solo a una parte del sistema alimentario, dejando de lado la transformación, distribución y el consumo, que es precisamente el enfoque de esta investigación”.

También considera que la demanda de alimentos juega un papel muy importante en el sistema alimentario: “cuando los ciudadanos, conscientes de su alimentación, empiecen a demandar alimentos sanos, agroecológicos y sin tóxicos, con seguridad quienes abastecen se preocuparán y empezarán a cambiar la oferta de alimentos”.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), a pesar de la oferta mundial de alimentos, en el planeta cerca de 820 millones de personas tienen dietas de baja calidad.

Por su parte, en América Latina los grupos sociales más desfavorecidos tienen una dieta alta en calorías y pobre en nutrientes, con una menor ingesta de frutas y verduras, situación que se da por los precios de los alimentos saludables, que son asequibles solo para una fracción de la población.

 






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